Capítulo 1: Año 2014, en un suburbio prístino de Tokio

Share to social media
Yumi como una adolescente japonesa en su habitación nostálgica.
La Yumi adolescente descubriendo una foto misteriosa

El cuarto está inmóvil, como si el tiempo aquí dentro se hubiera detenido hace años, junto con el polvo que flota en la luz tenue de la lámpara. Estoy sentada en el suelo, cruzando las piernas bajo mí, rodeada de un silencio que solo interrumpen las páginas que paso lentamente. Cada fotografía es un eco, un rastro de historias que ya he escuchado, de vidas que se entrelazaron antes de que yo siquiera existiera. Pero hoy no me basta oír esas historias. Hoy, siento que debo verlas.

Las fotos, casi todas, son conocidas: mis padres jóvenes, sus sonrisas suspendidas en un tiempo que ya no les pertenece. En cada imagen, hay una serenidad que siempre me ha resultado envidiable. Ellos vivieron sus vidas antes de que la mía comenzara, y ahora esos momentos se guardan aquí, atrapados entre las tapas de cuero de un álbum viejo.

Mis dedos se detienen en una página que parece más gastada. La boda de mis padres. Las he visto antes, esas fotos. Sin embargo, hay algo en una de ellas, una que no recordaba, que me hace fruncir el ceño. En el fondo, desenfocada, una figura. No sé por qué, pero mis ojos se quedan ahí, en ese punto indefinido, entre las sombras borrosas de los invitados.

Hay algo en esa persona, algo que no encaja. Me acerco más a la luz. Lleva algo en las manos. Al principio, parece un teléfono móvil, pero es imposible. La boda fue a finales de los noventa, y los móviles no eran… así. Lo miro con más cuidado. No es un teléfono como los que usamos ahora. Tiene algo de antiguo y futurista al mismo tiempo, como si perteneciera a un lugar fuera de esta época, fuera de cualquier época que conozca.

No sé por qué me inquieta tanto. Mi pulso se acelera, como si mis ojos hubieran encontrado un hilo que debo seguir, aunque no sepa a dónde lleva. La figura permanece en el fondo, anónima, indiferente a mi escrutinio. Pero yo ya no puedo dejar de mirarla.

Cierro el álbum con cuidado, pero la imagen sigue ahí, fija en mi mente. Algo en mi pecho se agita, una curiosidad que nunca había sentido antes. Me levanto lentamente, como si el peso de esa pregunta —¿quién era?— hubiera alterado la gravedad del cuarto.

Es una tontería, me digo. Y sin embargo, sé que no podré olvidarlo. Algo en esa persona, algo en ese objeto… no pertenece al mundo que conozco.

Responder en Mastodon (requiere usuario en esa plataforma)