
[Búnker de la Máquina] El aire en la pequeña sala de descanso está viciado, como si los secretos que hemos compartido aquí estuvieran suspendidos entre nosotros, cargados y peligrosos. Y-2808 se sienta frente a mí, sus ojos oscuros tan intensos como la primera vez que la vi. Nadie sabe su verdadero nombre; aquí, en el búnker, somos números y letras, fragmentos de una identidad que se desintegra en cada turno, cada tarea, cada una de las restricciones que ellos nos imponen. Pero en ese momento, cuando susurra su idea, sé que estoy frente a alguien que se ha convertido en mucho más que una simple trabajadora infiltrada.
—Entonces, es posible —murmura, como si dudara de la magnitud de su propio plan—. ¿Crees que funcionará?
Asiento, sin desviar la mirada. Su duda no me sorprende. He pasado años estudiando el sistema, decodificando cada línea de código y reconstruyendo sus estructuras en mi mente hasta convertirlas en mi propio lenguaje. Sé cada punto vulnerable de la máquina, cada posible desvío de energía y cada pequeño fallo que, bien dirigido, podría convertir el búnker entero en polvo y escombros.
—Lo hará —respondo, sin una pizca de duda—. Hemos esperado demasiado. Si no lo hacemos ahora, nunca tendremos otra oportunidad.
El plan es simple, en teoría. Un programa, una serie de comandos cuidadosamente diseñados, disfrazados para parecerse a la rutina diaria de mantenimiento de la máquina. Mi código es un fantasma que se oculta entre las líneas, un parásito que se alimenta de su propia seguridad. Nadie sospecha de mí, y Y-2808 lo sabe. Es por eso que confía en mí.
—X-2506… ¿crees que sospecha? —pregunta en voz baja, sus palabras casi un susurro en el vacío de la sala.
Siento una punzada de algo que no puedo definir, pero sacudo la cabeza. X-2506, con su cara de piedra y sus días de rutina, nunca levantaría la vista lo suficiente como para ver lo que estamos haciendo. Él es un engranaje más, una pieza perfectamente funcional de esta estructura. Quizá, pienso con una especie de amargura que apenas reconozco, algún día podré contarle lo que hicimos. Podré mostrarle cómo logramos lo que tantos, durante años, solo soñaron.
—No. No sospecha —respondo finalmente—. Y si lo hiciera, no haría nada. No arriesgaría su lugar.
Y-2808 asiente, pero hay algo en su expresión que me inquieta. Ella es de las que sienten el peso de la historia, de la injusticia, en cada paso que da. Su furia es silenciosa, pero latente, como una corriente subterránea que alimenta cada una de sus palabras, cada movimiento.
—Este sistema… esta división entre amos y esclavos —dice, casi como si hablara para sí misma—. Todo esto debe terminar. Si la máquina cae, no tendrán a dónde huir, no podrán reescribir la historia a su antojo. Serán tan vulnerables como nosotros.
Su convicción es tangible, y me da fuerza. En la pantalla de mi mente, veo el código: una cascada de comandos, cada uno ajustado para fluir como agua, para destruir con la precisión de una cirugía. Es perfecto. Es devastador. Y está listo.
—Mañana a primera hora —digo, clavando mis ojos en los de ella—. Introduciremos el código en el sistema de mantenimiento. Para cuando se den cuenta, será demasiado tarde. La máquina, los servidores, todo el búnker… se convertirá en polvo.
Por un momento, en el silencio de la sala, somos mucho más que dos infiltradas en el corazón de la tiranía. Somos una chispa en la oscuridad, una promesa de algo distinto. Y sé que si mañana falla, si morimos en el intento, este pequeño instante, esta frágil certeza, habrá sido suficiente.
Y-2808 asiente, un leve movimiento, apenas una sombra de lo que verdaderamente siente. Salimos de la sala en silencio, caminando por los pasillos oscuros y fríos del búnker como sombras, invisibles entre los números y las órdenes. Pero esta vez, mientras avanzo hacia mi puesto, siento que llevo conmigo una verdad mucho más poderosa que cualquier máquina del tiempo.
Mañana, el tiempo dejará de ser su arma.